Esto no es una historia

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Cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio. Tan solo recuerdo aquella tarde y hago lo que dijo mi padre: contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo.

Leila Guerriero.

Hace casi un mes volví a Facebook. Volví después de dos años de silencio y separación porque en clases decidieron que hacer un grupo allí era la manera más efectiva para comunicarnos todos, resolver dudas, proponer planes para salir a beber en esta ciudad inmensa y un montón de razones que me dejaron sin posibilidad de contraataque porque no quiero estar sola y porque, por supuesto, quiero beber. Slack, alcancé a decir en voz baja, casi susurrando, pero nadie me escuchó y los que me escucharon no sabían de la aplicación ni estaban interesados en aprender por mi capricho de no querer revivir mi cuenta.

Como se sabe, la dinámica de volver implica una adaptación a las antiguas formas y en eso estoy desde hacer casi un mes, desde que volví sin saber exactamente por qué me había ido ni por qué volver me generaba tanto malestar. En primera estancia pensé que se trataba de recuerdos. Desde la primera vez que me despedí para siempre en el 2002, a los 10 años, aprendí que para sobrevivir verdaderamente a una despedida, para irse de verdad, lo mejor es no mirar atrás. ¿Y qué es una foto sino eso? ¿Qué son todos estos álbumes del 2008, 2009, 2010? ¿Qué es toda esa juventud, a dónde se fue, por qué no nos fuimos con ella? ¿Quiénes son todos ustedes que no aparecen en ese álbum? ¿Dónde estaban? ¿Por qué me hacen volver de esta manera? Es una falta de cortesía toda esta ansiedad innecesaria por mi pasado, que es a fin de cuentas mi único capital, regado entre los perfiles de unos cuantos amigos que se encargaron de mantenerlo vigente todo este tiempo en una especie de mapa de la memoria. No es sino entrar para encontrar gente que creía perdida o muerta y que, por el contrario, está exiliada. Vidas nuevas en Uruguay, en México, en Hawai, con nuevos novios, otros perros, el pelo largo, la vida alegre. Eso es lo que tengo que hacer, me digo, me repito mientras llego al final de un álbum que ha hablado demasiado.

Con todo esto es difícil pensar en lo que se extraña, porque no es el patio interno de la casa de Andrés, ni esa que era yo aquella noche. Pienso que ahora no me atrevería, como entonces, a proponer ponerle marihuana al narguile para fumar sin ser descubiertos por la familia, que celebra afuera el cumpleaños de la madre. Por ende no pasaría, como pasó, que la tía se acercara medio borracha a probar ese humo inofensivo que salía cuando aspiraba y burbujeaba el agua de la pipa. Y no pasaría porque si volviera a ese patio interno de luces verdes no nos encontraría a ninguno. Todos estamos lejos. Casados. Enamorados. Sobreviviendo. Mira lo feliz que nos veíamos. Mira las nuevas cicatrices que tenemos en los brazos ahora, aquí, fumando en la sala con el soundtrack de Son of Rambow porque hay algo que no había entonces y que nos impide ser esos. Ahora hay gente nueva que nunca estuvo en ese patio y son sus historias las que interesan, las que me generan preguntas y nostalgia por todo el universo que está ocurriendo mientras ocurre el mío. Ahora hay frío y son las tres de la mañana siempre que despierto y este sentimiento de extrañeza no me abandona ni leyendo, ni fumando, ni corriendo. Por eso me resistía a volver, porque en el fondo sé que no sé cómo.

Un Comentario

  1. Regresar a veces nos roba un par de sonrisas, que después de todo necesitábamos…

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